- El niño sufre confusión y es difícil que comprenda exactamente lo que ocurre. No obstante, se le deben explicar las cosas lo mas claramente posible, adecuándolas a su nivel de desarrollo y comprensión. En esta etapa el papel de los padres es fundamental para poder instaurar de forma correcta las variables del tratamiento. Los comentarios y actitudes, especialmente los de la madre, adquieren un valor extraordinario para el niño, que por esta vía puede recibir mensajes de ansiedad o, por el contrario, percibir seguridad y control de la situación.
- La adolescencia supone normalmente un estado de rebeldía a las pautas de control del tratamiento y de hecho, en el caso de chicos/as que han sido diagnosticados en la infancia no es frecuente que en esta etapa abandonen las pautas de auto control y transgredan con frecuencia normas que hasta entonces habían sido aceptadas sin ningún cuestiona miento. Cuando el diagnóstico se produce en la adolescencia la negociación con el interesado/a es necesaria para instaurar las pautas del tratamiento y en la medida de lo posible evitar actitudes de rebeldía. La persona afectada debe percibir que se respetan sus deseos y se pretende la menor limitación posible en su estilo de vida, por supuesto sin renunciar al rigor.
- En la edad adulta el diagnóstico suele ser vivido por una parte como perdida del equilibrio fisiológico y por otra como una limitación del tratamiento a las pautas de vida previo. Se deberá tener en cuenta la adecuación del tratamiento a las pautas de vida del individuo. Personas de cierta edad pueden considerar la aparición de la enfermedad como un signo de envejecimiento prematuro.